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MENSAJE AR139

El verdadero éxito y sus logros – la motivación correcta y la fidelidad

Predicado en: 27 Mar 94 ▪ Editado en: 28 Mar 03 (Revisado en Nov 11)


Puede que muchos de nosotros deseemos ser como Moisés y Pablo, y lograr grandes cosas para Dios, pero ¿cuál fue la motivación, el espíritu y la actitud de ellos dos en tanto procuraron servir al Señor? En este mensaje final nos referiremos a la importancia de la motivación correcta y la fidelidad en el servicio al Señor. Examinaremos los ejemplos de Moisés y de Pablo.

Moisés – su motivación, espíritu y actitud

Moisés fue descrito en las Escrituras como un hombre “muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Nm. 12:3). No era de esos que procuran proyectarse ni que les gusta ser vistos como quienes logran grandes cosas.

Moisés se rehúsa a asumir el liderazgo

Moisés huyó de Egipto después de matar a un egipcio en un momento de irreflexión. Cuarenta años después, el Señor lo llamó a guiar al pueblo de Israel al ser liberados de la opresión egipcia. Se trataba de una gran hazaña, la cual estaba asociada con una gran posición, poder y autoridad. Si tenía éxito, sería considerado como un gran logro en el cumplimiento de los propósitos de Dios. Muchos pensarían que tal llamamiento por parte de Dios debería ser asumido con la mayor disposición y considerado como una oportunidad única.

Sin embargo, Moisés se rehusó y no estaba dispuesto a asumir esta tarea. Él no albergaba ningún deseo carnal de llevar a cabo grandes cosas para lograr reconocimiento ni estatus. Había aprendido la humildad y había madurado durante los cuarenta años en el desierto.

Veamos los capítulos 3 y 4 de Éxodo.

El capítulo 3 relata cómo el Señor se apareció a Moisés en medio de una zarza ardiente. Dios le dijo: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (v. 6). Dios había escuchado el clamor de los israelitas, y pretendía librarlos de Egipto para conducirlos hacia una tierra que fluía leche y miel.

Dios quería encomendar a Moisés esta tarea de guiar a los israelitas de Egipto, pero la respuesta de Moisés fue esta: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?” (v. 11).

Dios le dio entonces muchas garantías para convencerlo de que Él tenía absoluto control. Le dijo: “Yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano fuerte. Pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir” (vs. 19-20). El Señor le aseguró a Moisés que Él manifestaría Su poder, y que el faraón dejaría ir a los israelitas.

Pero aun así, Moisés no se sentía seguro; dudaba mucho en cuanto a asumir una responsabilidad tan enorme, y preguntó: “¿Y si no me creen, ni escuchan mi voz?” (4:1, LBLA).

Entonces el Señor demostró cómo Él prevalecería y manifestaría Su poder por medio de Moisés con maravillosas señales. Moisés no buscó la oportunidad para alcanzar la grandeza, sino que contestó: “¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua” (4:10).

El Señor le aseguró: “¿Quién dio la boca al hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (4:11-12). A lo cual Moisés respondió: “¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar” (4:13).

Puede que algunos se pregunten si Moisés respondió de la manera en que lo hizo porque no era el adecuado para la tarea o porque no estaba preparado para asumir esta asombrosa responsabilidad. Pero este no era el caso.

Es cierto que la respuesta de Moisés en este momento no era del todo íntegra, y el Señor se enojó contra él por no obedecer a Su llamado a pesar de las muchas garantías que Dios le dio (4:14). Bien pudo haber sido que su fracaso cuarenta años antes, cuando él había actuado precipitadamente y había tenido que escapar de Egipto, haya repercutido en su inapropiada respuesta en el presente y en su duda en cuanto a asumir la responsabilidad. No obstante, su actitud básica era positiva.

En este tiempo Moisés ya había madurado y había alcanzado un alto grado de estatura espiritual. Esto se vio cuando finalmente respondió al llamado de Dios. Con Su poder, él enfrentó a Faraón y sacó de Egipto al pueblo de Israel, y luego lo guió por el desierto durante cuarenta años. Esta fue una responsabilidad muy difícil y pesada, pero Moisés la cumplió muy bien.

El Señor sabía que Moisés estaba preparado. Fue por eso que lo llamó en este momento y le encomendó esta gran tarea. Este fue un momento crucial en la historia de Israel y en el cumplimiento de los propósitos de Dios.

El Señor usó a Moisés de manera poderosa y por una buena razón. Es evidente que él tenía cualidades positivas significativas. De no haber sido así, el Señor no le hubiera encomendado esta enorme e importante tarea. Moisés era un hombre muy humilde, que no albergaba el más mínimo deseo carnal de obtener estatus, poder ni logros.

Ningún deseo de gloria individual

Puede que inicialmente algunos manifiesten humildad cuando Dios los llama al servicio espiritual. Sin embargo, con el paso del tiempo, sobre todo en contextos donde no hay indicaciones evidentes de que Dios esté obrando poderosamente por medio de sus ministerios, pueden colarse el orgullo y un sentido de logro y de importancia individual. Esto no le sucedió a Moisés.

Examinemos otro contexto en el que se evidenció que no había ningún vestigio de egoísmo ni deseo alguno de recibir gloria en el corazón de Moisés. Este incidente tuvo lugar después que Moisés había experimentado una serie de manifestaciones espectaculares del poder de Dios por medio de su ministerio mientras sacaba de Egipto a los israelitas.

Éxodo 32 registra el contexto donde el pueblo, junto con Aarón, fundió y adoró un becerro de oro (vs. 1-4). Aunque el Señor había provisto maravillosamente para ellos y se había comprometido con ellos, ellos se corrompieron rápidamente y fueron infieles a Dios.

El Señor se enojó con ellos y le dijo a Moisés: “Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (v. 8).

Y en el versículo 10, el Señor le dijo a Moisés: “Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande”.

Fíjese cómo Moisés le rogó a Dios que no lo hiciera:

Éxodo 32:11-14
11 Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte?
12 ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo.
13 Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo, y les has dicho: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la tomarán por heredad para siempre.
14 Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo.

Cuando Dios le indicó a Moisés que quería destruir a Israel y hacer de él una gran nación, Moisés no se regocijó. Él no procuró la oportunidad o el privilegio que se le ofreció, el cual implicaría un alto honor, el reconocimiento y el estatus desde una perspectiva espiritual. En cambio, él le suplicó al Señor que no destruyese a Israel, aunque él mismo también sufrió a causa de la murmuración y la infidelidad del pueblo.

La principal preocupación en el corazón de Moisés era el nombre y la gloria del Señor; él no tenía deseos de hacerse de un nombre, de proyectarse ni de tener en cuenta su propia ventaja. Él le preguntó al Señor: “Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte?”, y “¿por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra?”. Y le recordó al Señor Su promesa a Abraham, Isaac y Jacob: “Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo”.

A Moisés le preocupaba el nombre del Señor, Su gloria, Sus propósitos e intenciones, y Sus promesas a Abraham, Isaac y Jacob. Dios había prometido a los patriarcas que multiplicaría sus descendientes como las estrellas del cielo.

Moisés era en verdad un siervo fiel de Dios, y Dios contestó su oración, lo cual demuestra que hay poder en la oración de quien tiene el tipo de espíritu y de motivación correctos.

Si tenemos el mismo tipo de carácter y de espíritu que Moisés, nosotros también podemos tener la certeza de que nuestras oraciones serán poderosas. No importa si somos capaces o no de orar de manera elocuente, por cuanto la eficacia en la oración surge básicamente del significado que tiene en nuestro corazón y en la calidad de nuestra vida.

El apóstol Pablo: un siervo de Dios verdaderamente exitoso

Pablo es uno de los más grandes y exitosos siervos del Señor. Su ministerio de enseñanza y predicación trajo como resultado que muchos se volvieran al Señor. Muchos fueron edificados en su fe, y Dios se complació en establecer por medio de él muchas iglesias locales. Efectivamente, Pablo es un hombre de gran estatura espiritual y de profunda comprensión espiritual. Sus epístolas y el ejemplo de su vida dejaron una indeleble marca en la historia de la iglesia.

La motivación básica, el enfoque y la actitud de Pablo

¿Cuál era la motivación básica, el enfoque y la actitud en la vida de Pablo? Él aprendió a someterse humildemente para hacer la perfecta voluntad de Dios, fuera cual fuere, y costase lo que costase. Él escogió voluntariamente ser, como se describe en sus epístolas, un siervo del Señor (Ro. 1:1). Podemos ver esta actitud desde el momento de su conversión, cuando el Señor Jesús se le apareció en el camino a Damasco.

Hechos 22:10
Y dije: ¿Qué haré, Señor? Y el Señor me dijo: Levántate, y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas.

Cuando reconoció que era el Señor Jesús quien se le había aparecido, respondió: “¿Qué haré, Señor?”. Esta pregunta reveló una actitud de humilde sumisión al Señor, y esta fue la postura básica y la actitud de Pablo a partir de entonces.

El Señor le dijo que fuera a Damasco, donde se le diría todo lo que debía hacer. Desde entonces, el Señor siguió guiándole y ayudándole a reconocer lo que se requería de él. Y durante el resto de su vida, Pablo obedeció la voluntad de Dios.

Hemos visto que el éxito verdadero está directamente relacionado con el cumplimiento de la voluntad del Señor en nuestra vida. Entonces, usando esto como medida, Pablo puede ser descrito como alguien que tuvo éxito en gran medida, por cuanto se cumplió la voluntad de Dios en su vida, lo cual se revela en su testimonio a Timoteo casi al final de su vida en la tierra:

2 Timoteo 4:6-8
6 Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido.
7 Desecha las fábulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad;
8 porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera.

El profundo anhelo de su corazón

Luego de su conversión, ya no le importaron más la gloria y fama terrenales, ni tampoco el reconocimiento del hombre por sus logros (Fil. 3:3-8). El deseo que lo consumía era llegar a “conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Fil. 3:10).

“A fin de conocerle”

Estas palabras muestran que el principal anhelo de la vida de Pablo era conocer profundamente al Señor. No se trata de un anhelo por más conocimiento intelectual, sino por un conocimiento más personal del Señor y por una relación más profunda con Él.

“Y el poder de Su resurrección”

Existe un lugar apropiado para anhelar poder en nuestra vida – el poder del Señor – si nuestras actitudes son correctas. Debemos reconocer que necesitamos el poder y la capacitación de Dios para cumplir Su voluntad. No podemos cumplirla con nuestra propia fuerza carnal.

En Efesios 5:18, Pablo exhorta a los creyentes a que sean llenos del Espíritu. Es imperativo que conozcamos el ministerio y el poder del Espíritu Santo en nuestras vidas. No obstante, debemos ser motivados por el deseo de ser fieles a Dios, y no por el deseo de un sentido de poder.

“Y la participación de Sus padecimientos”

Cuando Pablo habla de buscar “el poder de su resurrección”, no se está refiriendo a buscar el disfrute de Su poder, por cuanto continúa añadiendo: “y la participación de Sus padecimientos”.

Pablo no huyó de las dificultades ni del sufrimiento, pero tampoco se precipitó hacia ellos. Estaba preparado para vencer cualquier dolor o vicisitud que al Señor le pareciera que él debía pasar. Él anhelaba más y más participar de los sufrimientos de Cristo porque esta es una dimensión muy significativa de la vida cristiana sana. Así como el Señor Jesús sufrió por nosotros a medida que cumplió la voluntad del Padre, Pablo sabía que su servicio fiel al Señor y la obediencia a Su voluntad implicarían sufrimiento y dolor. El discípulo fiel del Señor debe negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirle cada día.

Debemos estar preparados para sufrir en la senda de la obediencia al Señor y en el servicio fiel a Él. Una experiencia más profunda de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas nos ayudará a desarrollar un conocimiento más profundo de Dios, y a estar preparados para una mayor profundidad en la participación de los padecimientos de Cristo. De hecho, es un gran privilegio y una enriquecedora experiencia poder tener parte en la comunión con los padecimientos de Cristo. Nos lleva a una experiencia más enriquecedora de comunión con el Señor y de conocimiento de Él, y a lo que es verdaderamente valioso y bello en la dimensión espiritual: una identificación más plena con lo que el Señor Jesús sufrió en la cruz por nosotros. Este proceso de profundizar aún más nuestro conocimiento de Dios, que está teniendo lugar continuamente, la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas y nuestra participación en los padecimientos de Cristo, en cambio, nos ayudarán en nuestro servicio al Señor y en nuestra contribución al avance de Su reino.

Agradando al Señor y exaltándole

Hemos visto que la única ambición de Pablo en la vida era agradar al Señor. Este es su testimonio en 2 Corintios 5:9: “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables”. El Señor Jesús siempre hace lo que agrada al Padre (Juan 8:29). Pablo, siguiendo el perfecto ejemplo del Señor Jesús, se sometió humildemente para hacer la perfecta voluntad de Dios. ¿Es ésta también nuestra ambición?

En Filipenses 1:20-21, Pablo testifica que su enfoque básico y la motivación de su vida eran siempre exaltar al Señor con todo denuedo “por vida o por muerte”. Él no se exaltó a sí mismo.

Filipenses 1:20-21
20 Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte.
21 Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.

La obediencia y el fiel servicio de Pablo

Pablo testificó en Hechos 20:24:

Hechos 20:24
Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.

Este versículo revela la actitud de Pablo en medio de todo tipo de dificultades y de pruebas, incluyendo los contextos en los que su vida se vio amenazada. Estaba preparado para atravesar lo que hubiese sido necesario, inclusive hasta para entregar su propia vida, con tal de poder terminar su carrera, la cual él no había escogido, sino que venía junto con el ministerio que el Señor le había encomendado.

Luego de muchos años de fiel servicio, Pablo fue capaz de testificar al rey Agripa que él no había sido rebelde a la visión celestial (Hechos 26:19). Él fue básicamente obediente en todo lo que Dios deseaba de él.

Por lo general Pablo mantuvo esta actitud de manera constante. Esto no significa que no haya habido fracasos ni faltas en su vida, pero estaba preparado para atravesar por cualquier cosa, a pesar de que fuese difícil, desagradable o humillante desde el punto de vista humano o terrenal.

Este tipo de espíritu y de actitud es evidentemente lo opuesto a tener deseos individuales de reconocimiento y de grandeza.

Por lo tanto, cuando decimos que queremos ser como Pablo, tengamos en cuenta lo que él tuvo que sufrir y la actitud con la que lo asumió. No supongamos que Pablo tuvo una vida glamorosa. Todo lo contrario. Esto se evidencia al leer su testimonio en 1 Corintios 4:9-13.

1 Corintios 4:9-13
9 Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres.
10 Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados.
11 Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija.
12 Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos.
13 Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos.

En el versículo 13 vemos que Pablo estaba preparado no sólo para ser difamado, sino para convertirse en “la escoria del mundo”. La palabra traducida como “escoria” significa ‘desechos’, o sea, lo que es desechado por ser basura, suciedad, inmundicia. También se utiliza para describir a los criminales condenados de la peor clase. Con un sentido similar, Pablo también estaba preparado para ser tratado como “el desecho de todos” (“la basura del mundo”, NVI). La palabra que fue traducida como “desecho” también significa suciedad. Cuando usted raspa una vasija sucia, esas raspaduras también se conocen como desechos. Pablo también estaba preparado para ser un “espectáculo al mundo” (v. 9) – ser expuesto al ridículo públicamente – y a ser un insensato por causa de Cristo (v. 10).

Los versículos 10 al 13 revelan además otras experiencias de Pablo. Fue despreciado; pasó hambre, sed; fue abofeteado, maldecido, perseguido y difamado. Mientras estas cosas estaban sucediendo, él no se abatió ni se quejó, sino siguió regocijándose en el Señor. Consideraba un privilegio el hecho de poder identificarse con el Señor de esta forma. Este espíritu y actitud salen a relucir cuando leemos este pasaje juntamente con 2 Corintios 4:7-12; 6:4-10 y 11:23-27.

En estos tres pasajes de 2 Corintios, Pablo testifica cómo fue afligido de diversas maneras: golpeado, apedreado, naufragó, fue encarcelado, fue expuesto a todo tipo de peligros y fue considerado desde la perspectiva del mundo como un desconocido y un desposeído. Estaba “llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús” (4:10), mas fue capaz de ministrar vida a otros. De hecho, fue debido a este principio de muerte que operaba en su vida que pudo hacerlo (4:10-12). En medio de todas estas dificultades, estaba siempre regocijándose y enriqueciendo a muchos espiritualmente (6:10).

El principio de “la muerte de Jesús” se refiere a nuestra identificación con el significado y el propósito de la muerte del Señor Jesús. Es el principio de la muerte a uno mismo y a los deseos individuales que se oponen a la voluntad de Dios, incluyendo los de reconocimiento y exaltación por parte de los demás. Es muy importante que este principio de muerte funcione en nuestra vida de manera que podamos experimentar vida en nosotros mismos, así como ministrar vida a otros.

Hombres fieles de Dios como Pablo son ejemplos para nosotros. Su actitud y motivación en la vida son muy distintas de las de la gente del mundo. En ellos se manifiesta claramente la ausencia de todo deseo por obtener éxito terrenal, reconocimiento y posición, los cuales muchos cristianos sí albergan en sus corazones. Pablo nos exhorta a los cristianos en 1 Corintios 11:1: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. Si queremos movernos en la misma dirección, debemos lidiar a fondo con nuestros deseos carnales.

La garantía del éxito… permanecer en Cristo, y Él en nosotros

Si adoptamos el espíritu y la dirección similares a los que vemos en Moisés y en Pablo, tendremos una vida exitosa y contribuiremos al avance del reino de Dios. No se trata sólo de un “tal vez”; viviremos exitosamente y contribuiremos al avance del reino de Dios, porque Él tendrá la libertad de estar con nosotros, así como de obrar en y por medio de nosotros. Éste es el asunto clave.

Vemos este principio desplegado en la vida de José. “Mas Jehová estaba con José, y fue varón próspero” (Gn. 39:2). Si vivimos como José, así mismo tendremos éxito y prosperaremos, a pesar de las circunstancias por las que tengamos que atravesar, de lo que pueda acontecer en nuestras vidas, por cuanto el Señor estará con nosotros. Nuestra confianza está en Dios. A medida que aprendemos a someternos a Él, a cooperar con Él, a abandonar la vida propia juntamente con todo lo que es de la carne, Él producirá una vida de verdadero éxito y de plena satisfacción.

Deberíamos aprender a profundidad lo que el Señor Jesús quiere enseñarnos en la analogía de la vid y los pámpanos en Juan 15, la cual es muy rica y profunda en significado, y puede ser apreciada a diferentes niveles. Una preciosa verdad que enseña este pasaje es la garantía de una vida fructífera.

Concentrémonos en el versículo 5, donde el Señor Jesús expresa:

Juan 15:5
Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.

Así como la rama debe permanecer en la vid para obtener de ella la nutrición y llevar fruto, tenemos que permanecer en Cristo si deseamos tener una vida fructífera. Si la rama se separa de la vid, se seca. De igual modo, si nos separamos del Señor, nuestra vida perderá su significado y vitalidad.

Pero, ¿qué significa “permanecer en Él”? Permanecer en Cristo se refiere a los creyentes que tienen una comunión significativa con el Señor. Tiene que ver con la condición de nuestro corazón – nuestra motivación, nuestra dirección en la vida, nuestra disposición en cuanto a someternos a Él, a obedecerle y a ser conformados al carácter de Cristo. Cuando estas cualidades y actitudes positivas están presentes en nuestra vida, tendremos una comunión significativa con el Señor. En la medida en que ellas estén presentes, en esa misma medida será la profundidad de nuestra permanencia en Él y la Suya en nosotros.

Puede que algunos se pregunten: ¿No está el Señor Jesús ya morando en nosotros desde el momento de nuestra conversión, cuando le recibimos? ¿Por qué entonces Él habla de permanecer en nosotros?

Es cierto que el Señor Jesús ya está en nosotros si somos hijos de Dios, pero en este versículo se está refiriendo a la libertad con que Él se manifiesta en nuestra vida y obra por medio nuestro. En el versículo 4, Él nos exhorta: “Permaneced en mí, y yo en vosotros”. Cuando aprendemos a someternos debidamente al Señor es cuando Él tiene la libertad de obrar de esta manera. El resultado es que llevaremos mucho fruto.

Una vida en la que permanezcamos en Él, y Él en nosotros, jamás puede estar apagada, porque Dios está obrando en y por medio de nosotros, y Él vence de manera soberana todo obstáculo por el que atravesemos. Definitivamente habrá mucho significado y riqueza en una vida así, a pesar de las circunstancias y de que pasemos por momentos difíciles o por días aparentemente tranquilos. No debemos inquietarnos aun si nuestra vida no parece tener fruto. Debemos concentrarnos en la realidad interior, no en las manifestaciones externas.

El entrenamiento de Dios

Dios nos hará pasar por Su proceso de entrenamiento para moldear nuestra vida y carácter, de manera que nuestra permanencia en Él sea cada vez más profunda y fructífera. Por lo tanto, debemos cooperar con Dios en Su programa de entrenamiento para nosotros, y estar dispuestos a pasarlo satisfactoriamente, cueste lo que cueste. Esta es la forma de alcanzar salud y estatura espirituales, las cuales están basadas en el conocimiento de la verdad y de la forma de Dios. El Señor Jesús alude al tratamiento de Dios con nuestras vidas cuando habla de la poda de las ramas en Juan 15:2: “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto”.

Dios quiere entrenar a todos los que estén intentando ser verdaderamente exitosos. La dirección, el proceso de entrenamiento, así como los requerimientos internos son esencialmente los mismos para todos, aunque las manifestaciones externas y la manera en que se desarrollen las cosas pueden variar.

Metas similares; manifestaciones diferentes

Básicamente Dios nos exige que tengamos un espíritu saludable, con la motivación, la actitud, el carácter y la meta correcta, y Él está procurando producir esta realidad interior en nosotros.

No importa cuáles puedan ser las manifestaciones externas; las realidades internas son las que realmente importan. Y si tenemos la realidad interior de un espíritu saludable con la motivación, la actitud, el carácter y la meta correcta, nos moveremos hacia una vida de éxito y fruto verdadero.

A medida que procuremos obrar en lo positivo, debemos también dejar los deseos equivocados y lidiar con todos los elementos negativos en nuestro espíritu.

Si atravesamos en oración por las diversas situaciones de la vida, el Señor nos revelará nuestras deficiencias. Y a medida que lidiemos con ellas, podemos acercarnos más y más a la postura de total compromiso hacia Él. Esta postura de total compromiso con Él es el sello distintivo de una vida de éxito, y nosotros debemos procurar honestamente progresar bien en cuanto a incrementar la profundidad de la calidad de dicha postura.

¿Qué opinión deberían tener los cristianos en cuanto a tener éxito profesional, a alcanzar una posición y reconocimiento social, y a tener riqueza material?

La gente del mundo considera que estas cosas son muy importantes. Están aferrados a ellas y las igualan al éxito. Es evidente que esta no debe ser nuestra perspectiva ni nuestro enfoque en la vida. Sin embargo, no necesitamos— ni deberíamos— rechazarlas completamente. No debemos considerarlas mundanas, malas ni básicamente dañinas, porque estas cosas no son en sí malas. Una persona puede andar en fidelidad con Dios y a la vez tener éxito en los estudios o en su profesión, gozar de reconocimiento y de posición en la sociedad, o ser encargada por Dios de grandes riquezas. Sin embargo, debemos tener la certeza de que verdaderamente es la voluntad del Señor para nosotros.

Me referiré brevemente a cuatro ejemplos bíblicos de hombres a quienes Dios encomendó riqueza y posición.

Job

Job era bien respetado por la sociedad, tenía posición y era un hombre acaudalado. Dios lo apreciaba mucho porque era un hombre intachable y recto. Job tuvo una vida de fidelidad a Dios. Aunque fue afligido gravemente y perdió hijos, riqueza y posesiones durante las pruebas, Dios lo bendijo de nuevo con riqueza y posición después de ese período de prueba, lo cual evidencia que las posesiones, la riqueza y la posición eran parte de la voluntad de Dios para él.

José

José fue exaltado para convertirse en el gobernador de Egipto, superado sólo por Faraón, pero esta no era una posición que él codiciaba. Claramente era la voluntad del Señor para él que estuviese en dicha posición de poder y riqueza.

David

Cuando David estaba en el trono, tuvo reconocimiento, autoridad y riqueza, y era la voluntad de Dios para él que fuese rey de Israel (1 S. 16:1, 11-13). Puede que en ocasiones sea la voluntad de Dios que algunos de Sus hijos estén en tales posiciones.

Daniel

Daniel fue considerado un hombre de gran estima, por cuanto Dios lo apreciaba profundamente. Era fiel en todos sus caminos y tuvo una vida ejemplar. Con la ayuda de Dios y el poder y la sabiduría que Dios le dio, Daniel alcanzó una alta posición social, y fue de buen testimonio para el Señor. Fue la voluntad de Dios para él que estuviese en tan elevado cargo terrenal.

Lo que lo hace errado es la búsqueda de estas cosas

¿Cuál es el problema entonces? ¿Qué es lo que hace que estas cosas, que el mundo iguala con el éxito, sean dañinas y negativas? Tiene que ver con los anhelos y el enfoque de nuestro corazón. ¿Anhela nuestro corazón estas cosas y procura alcanzarlas? ¿Buscamos estas cosas como nuestras metas, y las vemos como señales de éxito y de logro en la vida? ¿Buscamos la indulgencia y el disfrute carnal en cosas materiales? Lo que hace que esta búsqueda sea errada y dañina es tener una percepción errónea y anhelar indebidamente el hacernos de estas cosas. Por ejemplo, no es malo tener dinero; el problema es tenerle amor.

Como cristianos, deberíamos consagrar nuestras vidas al Señor, serle fieles. Deberíamos poner nuestro corazón en las cosas de arriba, y la oración y el deseo de nuestro corazón debería ser: “Venga Tu reino; hágase Tu voluntad”. No tenemos que sentirnos mal si el Señor tiene a bien que alcancemos una posición y riqueza material como parte de nuestro fiel andar con Él. Sin embargo, sí debemos tener presente estos tres puntos:

Primero, estas cosas no son la base ni la medida del éxito verdadero.

Segundo, estas cosas deben ser sostenidas con manos abiertas y con una verdadera disposición de abandonarlas en cualquier momento. No debemos aferrarnos a ellas.

En su fiel andar con el Señor, Daniel pudo estar tanto en una muy alta posición terrenal como en el foso de los leones. A pesar de todo, estuvo preparado, no sólo para dejar a un lado toda su riqueza y posición, sino también para enfrentar la muerte por causa de su fe.

Lo que cuenta es ser fiel a Dios. La postura correcta de concentrarse en ser fiel a Dios garantizará que nuestra vida tenga verdadero significado y resultados en el ámbito espiritual, en cualquier contexto que nos encontremos. A pesar de cómo puedan aparentar ser las cosas, algo positivo tendrá lugar en el reino de Dios.

Sería incorrecto decir que no estaba ocurriendo nada positivo durante el período que José fue esclavo o prisionero, o mientras Daniel estuvo en el foso de los leones. De hecho, estos períodos de tiempo bien pudieran estar entre los más positivos y fructíferos de sus vidas. La forma en que José y Daniel atravesaron por dichos períodos glorificó a Dios y constituye un poderoso testimonio en el ámbito espiritual. Hay mucho que aprender de sus vidas y de su disposición en cuanto a ser fieles a Dios a pesar de todo. Y la manera en que Dios venció a su favor sirve de mucho aliento a todos los que deseamos ser fieles a Él. No obstante, confiar en Su victoria no significa creer que Él siempre librará a los que confían en Él de dolores físicos, de sufrimientos o hasta de la muerte (He. 11:36-38). Esta fue la actitud que los tres amigos de Daniel demostraron al enfrentarse al veredicto de ser lanzados al horno de fuego (Dn. 3:18).

Tercero, debemos tener una disposición genuina en cuanto a jamás igualar ninguna de estas cosas con el éxito, así como lo hace el mundo, y a contentarnos tanto con tenerlas como con no tenerlas. ¿Es ésta una realidad en nuestra vida? Esta fue la actitud del apóstol Pablo, la cual revela en Filipenses 4:

Filipenses 4:11-13
11 No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación.
12 Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.
13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.

El apóstol Pablo “aprendió a contentarse, cualquiera que fuese su situación” (v. 11). Él se encontraba plenamente satisfecho con cualquier cosa que el Señor estimara. Su corazón estaba tranquilo. Él no se aferraba a ninguna otra cosa, en tanto que pudiese andar en fidelidad con el Señor. Él podía arreglárselas, ya fuera “humildemente” o “en la abundancia” (v. 12).

Pablo reveló: “En todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre” (v. 12). Si estaba saciado, estaba bien, y si tenía hambre, también seguía regocijándose. Se contentaba con “tener abundancia” como con “padecer necesidad”. Su corazón no estaba enfocado en estas cosas; estaba concentrado básicamente en el Señor – “para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil. 1:21). Lo que le importaba era si estaba exaltando al Señor (Fil. 1:20) y si estaba siéndole fiel. Su gozo y propósito en la vida estaban en el Señor. Encontró su satisfacción en Dios, en la comunión con Él y en serle fiel.

Pablo además testificó que podía hacer todas las cosas por medio de Aquel que le fortalecía (v. 13). Aquí el texto significa que Pablo tenía la fortaleza, no sólo para hacer todas las cosas, sino además para atravesar todo tipo de situaciones. No es que Pablo fuese capaz de lograrlo por sí solo, sino que lo hacía por medio de o en el Señor. Este era el secreto de su vida. Él permanecía en Cristo, y Cristo en él. ¿Se cumple esto en la nuestra?

Estas cosas pueden convertirse fácilmente en una trampa

En este punto quisiera añadir una nota de precaución. Aunque puede que Dios considere que debamos experimentar algunas de estas cosas, tales como que nos vaya bien profesionalmente, gozar de una buena posición social y tener riquezas materiales, démonos cuenta de que estas cosas pueden convertirse fácilmente en una trampa y una distracción. Pueden diluir nuestra fe y nuestro compromiso con Dios. Debemos permanecer alertas. No muchos son capaces de hacer que les vaya bien espiritualmente cuando tienen abundancia material o cuando alcanzan posición y autoridad seculares.

Recuerde al rey Saúl – al comienzo prometía mucho, pero fíjese cómo su vida fue degenerando después de ser nombrado rey. No pudo lidiar espiritualmente con su posición. Un factor que contribuyó a su degeneración fue el hecho de aferrarse a su reinado en contra de la voluntad de Dios.<1>

Otro ejemplo es el rey Uzías. Las Escrituras registran en 2 Crónicas 26 que le fue bien al principio y que, con la ayuda de Dios, creció en estatura y en poder como rey. Contaba con un poderoso ejército, pero no fue capaz de lidiar con su posición. Se volvió arrogante y pecó contra Dios, lo cual lo condujo a ser juzgado por Él, y terminó su vida como un leproso.

El maligno tentó al Señor Jesús en el desierto con “todos los reinos del mundo y la gloria de ellos” (Mateo 4:8). Así mismo, él procura tentarnos ofreciéndonos estas cosas para destruirnos. No ignoremos sus artimañas.

Resulta muy fácil ser engañados al pensar que ya hemos resuelto estos aspectos de nuestra vida. Puede que hasta lleguemos a asimilar deseos equivocados en nuestro interior al alegar que no está mal que los cristianos tengamos estas cosas, mientras nuestras actitudes sean las correctas. Debemos tener cuidado de no justificarnos así cuando existan en nosotros dichos deseos equivocados.

Podemos estar procurando crecer, servir a Dios y honrarle de manera sincera, y al mismo tiempo, podemos estar albergando deseos equivocados. Tener tales motivos mezclados en ocasiones es aun más predominante y sutil de lo que podemos imaginar. Puede que nos neguemos a reconocer su presencia en nuestro corazón, o que no lidiemos con ellos con firmeza. Por ejemplo, podemos pensar que cuando nos va bien profesionalmente, o cuando somos bien reconocidos, seremos buenos testigos de Cristo, pero en realidad, pudiera existir en nuestro corazón la ambición personal de lograr estas cosas, y si es así, el espíritu del mundo ya está operando en nosotros. Si ese es el caso, la obra del Espíritu Santo se obstaculizará en nuestra vida. Esta es una de las principales piedras de tropiezo para el verdadero crecimiento espiritual y para el éxito.

Puede que algunos cristianos no busquen estas cosas inicialmente. Puede que comiencen con buenas actitudes, pero cuando alcanzan estas cosas, empiezan a aferrarse a ellas. Esto tendrá inmediatamente un efecto negativo en su vida espiritual, así como en su salud y vitalidad espirituales.

Aprendiendo a contentarse

Examinemos 1 Timoteo 6:7-12, el cual es un pasaje que nos enseña a contentarnos y nos explica por qué hacerlo.

1 Timoteo 6:7-12
7 Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.
8 Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.
9 Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición;
10 porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.
11 Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
12 Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos.

En el versículo 7, el apóstol Pablo nos dice que “nada podremos sacar” del mundo, haciendo énfasis en la naturaleza transitoria de las cosas de este mundo, las cuales son perecederas y no tienen valor eterno. ¿No es insensato entonces de nuestra parte preocuparnos por amasar riqueza terrenal? En cambio, deberíamos aprender a contentarnos, aun si tan solo tenemos suplidas las necesidades básicas de la vida, “teniendo sustento y abrigo”, como nos dice Pablo en el versículo 8.

En el 9, nos dice que “los que quieren enriquecerse caen en tentación”, y en el 10, que “raíz de todos los males es el amor al dinero”. No existe nada esencialmente malo o erróneo en las riquezas o el dinero. El verdadero problema es el de tener los deseos equivocados – el deseo de ser rico y el amor al dinero. Si albergamos tales “codicias necias y dañosas”, nos estaremos exponiendo a tentaciones y caeremos fácilmente en la trampa. Pero, a pesar de las claras enseñanzas y advertencias bíblicas, muchos creyentes aún siguen cayendo en la trampa, lo cual les llevará a su “destrucción y perdición” (v. 9).

En el versículo 11, Pablo nos exhorta a que dejemos de buscar las cosas del mundo y a que, por el contrario, busquemos “la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre”. Esto es parte de “pelear la buena batalla de la fe” (v. 12). Algunos creyentes puede que piensen que pelear la buena batalla de la fe se refiere a la batalla en la dimensión espiritual, y no se dan cuenta de que muchas de las “batallas” que necesitamos pelear y ganar también incluyen lo visible, lo material, las atracciones terrenales de esta vida. Pelear la buena batalla de la fe incluye huir de los malos deseos e ir en busca de lo que realmente importa. Por lo tanto, nuestra principal preocupación debería estar centrada en las cosas de significado y valor imperecederos en el eterno reino de Dios.

Observaciones finales

Lo más importante para lograr el éxito verdadero es tener la motivación correcta y ser fiel a Dios, lo cual traerá como resultado Su aprobación para con nuestras vidas, Sus bendiciones y Su victoria, así como crecimiento y fruto espirituales. Entonces, cualquier cosa que hagamos o por la que pasemos en la vida, ya sea en la cárcel o en una alta posición terrenal como José, ya sea huyendo como un fugitivo o como rey al igual que David, y ya sea en el foso de los leones o en una alta posición social como Daniel, habrá significado y calidad en nuestra vida, aunque no sea evidente para los demás ni para nosotros mismos.

Siempre nos es útil recordar a la viuda pobre que contribuyó con sus dos monedas. Puede que ni ella misma haya sido consciente del significado y de la importancia de su aporte, pero éste fue muy significativo porque su corazón era recto.

El Señor mira el corazón y el verdadero significado de lo que de él fluye. La calidad y la realidad interior es lo más importante. Estos son el camino y la perspectiva del reino de Dios.

¿Estamos comprometidos con ellos? ¿Nos estamos concentrando en las cualidades internas de nuestro corazón o estamos satisfaciendo nuestros deseos carnales? ¡Con lo que estemos comprometidos y en lo que nos concentremos en la vida determinará si tendremos éxito de verdad!

Notas:
1. La vida de Saúl y su degeneración se analizan detalladamente en dos mensajes, G10 y G11, ambos disponibles en el sitio web www.godandtruth.com.

Preguntas para el debate y la reflexión

  1. ¿Qué podemos aprender de Moisés y del apóstol Pablo sobre llevar una vida de éxito verdadero y de satisfacción?
  2. Comparta lo que entiende sobre el significado y las implicaciones de nuestra permanencia en Cristo, y de la Suya en nosotros.
  3. ¿Cómo deberían ver los cristianos el hecho de avanzar profesionalmente, de alcanzar posición y reconocimiento social, así como de tener riquezas materiales?


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