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MENSAJE AR132

Entendiendo el reino de Dios y el mundo caído

Predicado en: 31 Oct 93 ▪ Editado en: 27 May 01 (Revisado en Nov 11)

Como discípulos del Señor Jesucristo, queremos vivir bien y eficazmente para Él. Pero, ¿cómo podemos hacerlo? ¿Sabemos cómo Dios quiere que vivamos mientras estemos en esta tierra? ¿Sabemos qué perspectiva y qué valores Él quiere que tengamos, y qué enfoque quiere que escojamos en la vida? ¿Sabemos lo que realmente es importante para Él?

Como seguidores de Cristo, podemos profundizar en estos asuntos al considerar la vida del Señor Jesús, nuestro ejemplo perfecto.

Sin embargo, cuando miramos la vida terrenal del Señor Jesucristo, puede que nos asombre Su modo de actuar, el cual es casi siempre muy distinto de lo que normalmente asociamos con la grandeza y el éxito. ¿Por qué Él actuaba así? ¿Cuál era Su enfoque en el ministerio?

Para entender estos asuntos es necesario que valoremos dos aspectos fundamentales que Dios nos revela en las Escrituras: el reino de Dios y el mundo caído. Si entendemos estos dos aspectos y lo que tiene que ver con ellos, seremos capaces de apreciar mejor la vida y el ministerio del Señor Jesús, el tipo de valores que deberíamos tener, el enfoque que deberíamos escoger en la vida y eso en lo que deberíamos concentrarnos.

En este mensaje debemos considerar primeramente qué tipo de rey es el Señor Jesús. Entonces consideraremos las principales diferencias en cuanto al énfasis entre el mundo y el reino de Dios, así como sus principales características distintivas.

En Daniel 7:13-14 e Isaías 9:6-7 fue profetizado que el Señor Jesús sería un gran rey. Se le daría “dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran”, y en cuanto a su gobierno, “es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”. Sin embargo, lo que se registra en las Escrituras de Su vida terrenal es un cuadro que parece estar en contraposición con estas profecías.

El Señor Jesús nació en un pesebre, y Sus padres eran pobres. Cuando todavía era niño, el rey Herodes quiso matarlo, y Sus padres tuvieron que huir a Egipto con Él. Durante su vida terrenal, experimentó mucho dolor y sufrimiento, sobre todo en las circunstancias en torno a la cruz. En Su cruz se inscribieron las palabras: “Este es el rey de los judíos” (Lucas 23:38), pero la única corona que tuvo en esta tierra fue una de espinas. En lugar de recibir alabanza y adoración, se burlaron de Él, lo escupieron, lo golpearon, lo azotaron y al final lo crucificaron como a un asesino. Fue una muy dolorosa, agonizante y humillante manera de morir.

En Isaías 53: 2-3 y 7 se describe así al Mesías que vendría: “no hay parecer en él, ni hermosura... despreciado y desechado entre los hombres… Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero…”

Al estar colgado en la cruz, parecía débil y desvalido. Vino al mundo para ser el Salvador de la humanidad, pero ni siquiera pudo salvarse a Sí mismo. ¿Cómo puede ser ésta la representación de un gran rey, uno cuyo dominio y gloria son eternos?

Las Escrituras profetizaron que el Señor Jesús sería un gran rey, y de hecho Él lo es. Verdaderamente Él es el Rey de reyes, pero ¿qué tipo de rey es?

Es evidente que el Señor Jesús no es rey en el sentido mundano. Cuando Pilato le preguntó: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”, Su respuesta fue: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Juan 18:33-36). El señor Jesús no negó ser Rey. De hecho, su respuesta fue enfática: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad” (Juan 18:37). Esto demuestra que Él era Rey hasta en este momento, pero como había dicho, Su reino no es de este mundo.<1>

En Isaías 52:13 se profetizó: “Será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto”. Este versículo puede ser apreciado no sólo desde el ángulo de Su gloria futura, sino también de Su gloria durante Su tiempo y ministerio en la tierra. El apóstol Juan nos dice en Juan 1:14 que “vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre”.

Aunque oprimido y afligido, el Señor Jesús en realidad estaba siendo exaltado, pero el mundo no fue capaz de apreciar esta realidad espiritual. Sí, la gente del mundo lo vio “levantado” en la cruz, pero lo que vieron fue un hombre que estaba desvalido y desechado, un personaje solitario. Sin embargo, esto no es lo que significa ser “puesto muy en alto” en Isaías 52:13. En este versículo hay una connotación de gloria y de exaltación. Y de hecho, si verdaderamente entendemos el significado de lo que ocurrió en la cruz, sabremos que fue una manifestación de la gloria y la grandeza del Señor y una parte integral de Su exaltación.

Juan 13 registra un incidente significativo del Señor Jesús lavando los pies de Sus discípulos. Podemos leerlo con indignación y, como el apóstol Pedro, protestar abiertamente. ¿Cómo el Rey de reyes, el Dueño y Señor del universo, va a comportarse como un siervo, lavando los pies a Sus discípulos?

Hay varias cosas sobre la vida y la conducta del Señor Jesús que se registran en las Escrituras que pueden parecer extrañas. Y de hecho, es difícil comprenderlas desde una perspectiva mundana. ¿Cómo podemos entonces relacionar las profecías de Su gloria y la realidad de Su vida en la tierra? ¿Cómo podemos apreciar los diferentes aspectos de Su vida, así como las implicaciones que tienen para nuestra vida?

Entender las diferencias entre los valores, la perspectiva, el enfoque y las características del reino de Dios y los del mundo puede ayudarnos a desentrañar muchos de estos sucesos difíciles de entender, y ayudarnos a apreciar la belleza, la grandeza y la eficacia de la vida y del ministerio del Señor Jesucristo. Y en la medida que maduremos en nuestra apreciación del Señor Jesús, podremos profundizar en el significado de estar en el reino de Dios.

Una gran verdad revelada en las Escrituras es que estamos viviendo en un mundo caído, que está bajo la influencia y el poder del maligno.

Las Escrituras revelan que Satanás se rebeló contra Dios (Ezequiel 28:12-17; Isaías 14:12-15). Consecuentemente, por medio de maquinaciones y del engaño, tentó a Eva (Génesis 3:1-5).<2> Adán y Eva cedieron ante la tentación de Satanás y pecaron contra Dios. Como consecuencia, cayeron bajo el juicio de Dios y la influencia del maligno.

La caída de Adán y Eva tiene consecuencias adversas a muy largo plazo, no sólo para ellos, sino también para todo el mundo. Desde entonces, el mundo caído ha estado bajo el poder de Satanás. El apóstol Juan declara categóricamente en 1 Juan 5:19: “El mundo entero está bajo el maligno”. Ahora el hombre tiene la tendencia a vivir según el curso de este mundo, satisfaciendo los deseos de la carne. Este es un problema universal.

El apóstol Pablo describe la aleccionadora realidad de las vidas de los que están fuera del reino de Dios de la siguiente forma:

Efesios 2: 1-3
1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,
2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,
3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

La “corriente de este mundo” del versículo 2 se refiere a las tendencias, los valores, los caminos y la perspectiva del mundo caído bajo la influencia del maligno, a quien se le refiere como “el príncipe de la potestad del aire”.

2 Pedro 3:10 enseña que los cielos y la tierra junto con sus obras están destinados a la destrucción.

2 Pedro 3:10
Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.

1 Juan 2:15 y 17 nos advierten que no amemos al mundo ni las cosas del mundo.

1 Juan 2:15,17
15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
17 Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Lo que pertenece al mundo caído no permanecerá (v. 17); al final perecerá, y no debemos preocuparnos por eso.

Entonces, ¿qué permanecerá? El reino del Señor está siendo edificado. Él no está reedificando o restaurando el mundo caído, sino está edificando un reino diferente, cuyos valores y énfasis se oponen a los del mundo caído. Está construyendo un reino eterno en el cual mora la justicia. Este es el reino de Dios.

Romanos 14:17 describe al reino de Dios como uno que no consiste básicamente en “comida ni bebida, sino [en] justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. La “comida” y la “bebida” representan la preocupación del mundo caído por lo visible, lo carnal y lo temporal. Esto nos recuerda la advertencia del Señor Jesús en cuanto a Su futura venida. Las condiciones de entonces serán como en los días de Noé y los de Lot. La gente va a estar preocupada por comer, beber, comprar, vender, plantar y edificar (Lucas 17:26-28).

El mundo caído, bajo la influencia del maligno, es materialista y procura, como su objetivo fundamental, alcanzar riquezas terrenales, éxito, poder, reconocimiento, estatus y autoridad. La mayoría de las personas en este mundo canalizan la mayor parte de su tiempo y energías en la búsqueda desenfrenada de estas cosas, y algunas hasta arriesgan sus vidas para lograrlas. Pero todas estas cosas son simples logros externos que no tienen valor eterno en sí mismas y perecerán.

Por otra parte, el reino de Dios es “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. En esencia, es un reino espiritual y moral cuyo énfasis está en el ámbito espiritual, en vez de en el ámbito material y visible. La “justicia” nos habla de valores y cualidades morales positivas. La “paz y el gozo” verdaderos son el resultado del Espíritu Santo obrando en nuestros corazones cuando tenemos una relación sana con Dios y estamos caminando en la verdad. “En el Espíritu Santo” nos comunica un importantísimo aspecto del reino de Dios – la presencia y ministerio del Espíritu Santo.

El énfasis del mundo es completamente diferente al del reino de Dios. Podemos ver esto bien claro a la luz de lo revelado en las Escrituras y en la medida que miramos a nuestro alrededor. Deberíamos buscar algunos pasajes en las Escrituras para hallar la posición y la perspectiva bíblicas. Permítame primeramente resumir las diferencias en cuanto al énfasis de la siguiente forma:

El mundo
Se preocupa por
El reino de Dios
se concentra en
Lo visibleLo invisible
Lo carnal, lo materialistaLo espiritual
Lo temporalLo eterno
La apariencia externa y los logrosLa realidad interior, lo del corazón, el desarrollo del hombre interior
El poder terrenal, el estatus y la autoridadEl poder espiritual y la autoridad

El reino de Dios se concentra en lo eterno, lo espiritual y lo invisible

El reino de Dios hace énfasis en lo invisible, lo espiritual y lo eterno, mientras que el mundo se preocupa por lo visible, lo carnal y lo temporal.

El apóstol Pablo expone claramente en 2 Corintios 4:16-18 la perspectiva correcta que deben tener los creyentes en el reino de Dios.

2 Corintios 4:16-18
16 Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.
17 Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria;
18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.

Pablo dijo estas palabras en el contexto de un ministerio fiel y fructífero, uno lleno de muchos peligros, pruebas y dificultades.

En el versículo 18, el apóstol Pablo dice: “No mirando nosotros las cosas que se ven”. Su énfasis y concentración no está en lo visible, sino en lo invisible. Y continúa: “las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. Esto no significa que todo lo que no se ve sea positivo ni eterno, porque los poderes de las tinieblas operan también en el ámbito de lo invisible, pero sí nos dice que el reino de Dios y lo que realmente importa se encuentran en el ámbito de lo que no se ve – lo invisible, lo espiritual y lo eterno.

Y Pablo pudo decir: “no desmayamos… el interior no obstante se renueva de día en día” (v. 16), a pesar de todas las pruebas y aflicciones que le vinieron, porque estaba concentrado en el ámbito invisible, espiritual y eterno. Él no estaba desalentado porque su enfoque no estaba en las circunstancias externas ni en lo que le estaba pasando a su cuerpo físico, sino en la renovación diaria del hombre interior. Le preocupaba más la transformación interna para bien que habían traído consigo estas pruebas.

Pablo consideró las severas aflicciones que él y sus colegas tuvieron que enfrentar como “leves” y “momentáneas”. Eran momentáneas y leves en comparación con “el eterno peso de gloria” que estas tribulaciones estaban produciendo. Un aspecto importante del eterno peso de gloria es la renovación del hombre interior a la que Pablo se refiere en el versículo 16. El otro aspecto importante que nos ayuda a apreciar la perspectiva y la postura de Pablo es su conciencia en cuanto a que estas aflicciones estaban teniendo lugar en el contexto de un ministerio fructífero. El principio de la muerte estaba operando en Pablo y en sus colaboradores para traer vida a otros. Él hace referencia a esto en los versículos 11 y 12.

Así que vemos en este pasaje que Pablo nos está exhortando a que nos concentremos en las realidades del ámbito espiritual que son eternas e invisibles, en lugar de en las cosas del ámbito físico que son visibles, temporales, y que perecerán. En la medida que procuremos servir a Dios fielmente, no nos desalentemos por las pruebas y las dificultades que puedan parecer adversas desde la perspectiva temporal. En vez de esto, aprendamos a ver la vida desde la perspectiva eterna del reino de Dios y a regocijarnos en la edificación de nuestro hombre interior y en el fruto imperecedero de un ministerio fiel.

El reino de Dios se concentra en la realidad interior

El mundo también se preocupa por la apariencia exterior y los logros, mientras que el reino de Dios se enfoca en la realidad interior. Un pasaje clave en 1 Samuel 16 nos recalca que a Dios le importa más la realidad en el corazón del hombre que la apariencia externa. Este es el enfoque que Dios quiere que adoptemos en la vida.

1 Samuel 16:6-7
6 Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido.
7 Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.

El Señor le había dado instrucciones al profeta Samuel de ungir al que Él había escogido para reemplazar a Saúl como rey de Israel. Cuando Samuel miró a Eliab y vio que parecía impresionante, pensó que Eliab tenía que ser el elegido por el Señor.

Esa es la tendencia del hombre, impresionarse por la apariencia externa. Aún Samuel, que era un hombre de Dios, falló en este aspecto. El Señor lo corrigió: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho” (v. 7).

¿Por qué Dios desechó a Eliab? Por la falta de cualidades de su corazón. Samuel miró su apariencia externa, pero Dios miró su corazón. Fue sobre esta base que Dios escogió a David en vez de a Eliab o a cualquier otro de sus hermanos. Dios escogió a David porque era un hombre conforme a Su propio corazón (1 S. 13:14; Hch. 13:22).

El Señor se preocupa por la realidad y por la calidad interior del corazón, y no por la apariencia exterior. Nosotros también debemos pensar así.

El reino de Dios se concentra en el poder espiritual y en la autoridad

También podemos ver el contraste en cuanto al énfasis en el aspecto del poder y de la autoridad. En el mundo, el poder y la autoridad se basan en el estatus y en la posición del mundo que uno haya alcanzado y en la riqueza que uno haya adquirido. En el reino de Dios, el énfasis está en el poder espiritual y en la autoridad que son dados por Dios.

Consideremos la vida de Pablo. Dios le llamó a ser apóstol y le equipó con poder y autoridad para el servicio espiritual. Su poder y autoridad por lo tanto son espirituales y divinos; vienen de Dios y no del hombre. Pablo estaba bien consciente de esto y a menudo lo señaló en las palabras introductorias de sus epístolas. Por ejemplo, 1 Corintios comienza así: “Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios”. En su segunda epístola a los corintios, se refirió a la autoridad que el Señor le dio para edificar a los creyentes (2 Co. 13:10).

Podemos ver asombrosos contrates en las características del reino de Dios y la del mundo debido a sus diferencias en cuanto al énfasis. Las tendencias, los valores y las conductas del mundo se oponen diametralmente a las del reino de Dios.

El apóstol Santiago enseña que “la amistad del mundo es enemistad contra Dios” (Santiago 4:4). De igual forma, el apóstol Juan nos advierte que si amamos el mundo, el amor del Padre no está en nosotros, porque “todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15-17).

Podemos resumir las características distintivas del mundo y las del reino de Dios de la siguiente forma:

Características del mundo Características del reino de Dios
Espíritu agresivoMansedumbre, bondad
Egoísmo, egocentrismo, avaricia, codiciaAmor verdadero, generosidad, preocupación por los demás, espíritu generoso
OrgulloSinceridad
HipocresíaLo eterno
Confianza en el “yo”, dependencia del “yo”, exaltación del “yo”Confianza en Dios, dependencia de Dios, exaltación de Dios
Enfoque en la aparienciaEnfoque en la realidad
La carne conduce a la muerteEl Espíritu conduce a la vida

El espíritu agresivo versus la mansedumbre

En el mundo caído, tener un espíritu autosuficiente y agresivo a menudo se le considera un medio para triunfar y lograr los deseos de uno. Sin embargo, en el reino de Dios, la mansedumbre y la bondad de espíritu se ensalzan como virtudes. Son manifestaciones de la verdadera fortaleza de carácter interior. El Señor Jesús dice: “Bienaventurados los mansos” (Mt. 5:5). La palabra “manso” puede también traducirse como “humilde, noble”. El Señor Jesús mismo es manso y humilde de corazón, y nos exhorta a aprender de Él para encontrar reposo para nuestras almas (Mt. 11:29).

Egocentrismo versus amor verdadero

El mundo caído es conducido por la avaricia, la codicia y el egocentrismo. A menudo vemos a gente del mundo tomando cosas para sí mismos. Aún cuando prestan ayuda a otros, casi siempre esperan algo a cambio.

No obstante, el reino de Dios recalca el amor verdadero, la generosidad, la preocupación genuina por los demás y el dar de uno mismo. En Mateo 22:37-39, el Señor Jesús enfatiza la importancia suprema de amar a Dios con todo nuestro corazón y de amar a nuestros prójimos como a uno mismo, y en 1 Corintios 13, Pablo subraya y expresa de manera hermosa el significado del amor verdadero. En Hechos 20:35, Pablo nos exhorta que recordemos las palabras del Señor Jesús: “Más bienaventurado es dar que recibir”.

El orgullo versus la humildad

El orgullo prevalece en el mundo caído y es uno de los mayores obstáculos en la relación del hombre con Dios. Este da auge a todo tipo de malas acciones y fallos. Las Escrituras revelan que el orgullo es la principal razón de la caída de Satanás (Is. 14:12-15; Ez. 28:11-17). El mismo tentó a Eva en este aspecto en el huerto de Edén y desde entonces ha estado promoviendo activamente el orgullo en el corazón del hombre.<3>

Por el contrario, la humildad es una muy preciosa cualidad en el reino de Dios. La ausencia o presencia de ella, así como su grado de calidad en nosotros, tiene una gran relación con la profundidad de nuestra relación con Dios. “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). Por lo tanto, si deseamos establecer una profunda comunión con Dios y disfrutar de Sus bendiciones, necesitamos nutrir el espíritu de humildad en nuestras vidas.

La hipocresía versus la sinceridad

La hipocresía está relacionada con el orgullo. El Señor Jesús condenó fuertemente la hipocresía de los escribas y fariseos, quienes llevaban a cabo todas sus obras para que fuesen notorias a los hombres (Mt. 23:5). Ofrecían largas oraciones para dar una apariencia (Marcos 12:40). Como sepulcros blanqueados, parecían hermosos exteriormente, pero en su interior estaban llenos de huesos muertos y de toda inmundicia. Exteriormente parecían ser justos ante los hombres, pero en su interior estaban llenos de hipocresía y de desorden (Mt. 23:27-28).

La hipocresía se manifestaba claramente en la vida de los fariseos, pero también es característica de la de muchos en el mundo caído. Aún existe en los creyentes, aunque no siempre sea evidente.

La hipocresía no debería tener lugar en la vida de los creyentes. En lugar de ella, debería haber sinceridad. En 1 Corintios 5:8, Pablo recalca la necesidad de sinceridad y de verdad cuando participamos de la Cena del Señor. La sinceridad y la verdad son cualidades importantes para Dios, y los que pertenecen a Su reino deben poseerlas. Por lo tanto, vengamos delante de Dios con sinceridad de corazón y con un espíritu contrito, sabiendo que somos frágiles como seres humanos.

La confianza en el “yo” versus la dependencia de Dios

También estrechamente relacionado con el orgullo se encuentra el deseo de exaltarse uno mismo y de proyectar confianza en el yo. El mundo exalta la confianza en el yo, la cual está estrechamente vinculada a la dependencia del yo. Tanto confiar como depender del yo se oponen al reino de Dios.

El apóstol Pedro nos dice en 1 Pedro 4:10 que cualquier don que tengamos es de Dios, y que debemos usarlo para ministrar a los otros “como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”. En el versículo 11 el apóstol nos exhorta que sirvamos “conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo”. Tal enfoque en la vida refleja el espíritu de dependencia de Dios y de exaltación a Él, en lugar del espíritu de confianza y de exaltación del yo, los cuales son tan comunes en este mundo, y hasta en el servicio cristiano.

Constantemente necesitamos depender de Dios porque no podemos vivir adecuada ni plenamente si estamos alejados de Él. El Señor Jesús ilustra esta verdad en Juan 15 con la analogía de la vid y los pámpanos. “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.” (v. 4). Así como la rama se seca si es separada de la vid, nosotros también nos secaremos espiritual y moralmente, a menos que permanezcamos constantemente en el Señor y dependamos de Él. Así es como Dios nos ha creado, y quiere que andemos en comunión con Él y dependiendo de Él. En la medida en que lo hagamos, podremos enfrentar los retos y dificultades de la vida con confianza en el Señor. Esta es la verdadera confianza.

En Jeremías 13, Dios nos hace darnos cuenta de la necesidad de depender de Él con la asombrosa ilustración del cinto de lino. El Señor le indicó a Jeremías que tomara un cinto de lino y lo escondiera en la hendidura de una peña, y que después de muchos días lo recogiera de donde lo había escondido. Cuando Jeremías fue a buscarlo, vio que el cinto se había podrido y que para nada servía (vs. 4-7). En el versículo 11 leemos:

Jeremías 13:11
Porque como el cinto se junta a los lomos del hombre, así hice juntar a mí toda la casa de Israel y toda la casa de Judá, dice Jehová, para que me fuesen por pueblo y por fama, por alabanza y por honra; pero no escucharon.

Dios quería que Israel se aferrara a Él, como un cinto se ajusta a la cintura de un hombre, y lo mismo desea de nosotros. Hemos sido creados por Dios para “pegarnos” a Él. Si dependemos de Él y nos mantenemos cerca de Él, creceremos hacia la máxima estatura espiritual y moral en Él, y también disfrutaremos de una vida de bienestar y provecho. Si no, nuestras vidas se arruinarán y no servirán para nada, así como el cinto podrido.

Apariencia versus realidad <4>

Una característica del mundo es la preocupación por la apariencia externa de las cosas, pero el reino de Dios se caracteriza por la verdadera realidad. Lo que importa en el reino de Dios es la realidad. La gente del mundo dedica mucho tiempo, esfuerzo y recursos en su apariencia externa para proyectar una impresión favorable, lo cual no tiene ningún valor o significado verdadero. Hasta los cristianos tienden a impresionarse por la apariencia externa de las cosas, ya sea al tratar de entender a una persona o su conducta, al evaluar la eficacia del servicio y la contribución al reino de Dios, o al percibir o reaccionar ante una determinada situación.

Es vital que aprendamos a ver más allá de la apariencia externa de las cosas y discernamos la realidad como Dios la ve. Esto nos permitirá responder apropiada y eficazmente a personas o situaciones.

Además, necesitamos concentrarnos en la realidad en nuestras propias vidas. ¿Qué es lo que tiene significado en nuestro corazón? ¿Cuál es la calidad de nuestra relación con Dios? ¿Cuál es el verdadero valor de nuestro servicio y contribución al reino de Dios?

La carne versus el Espíritu

El mundo se caracteriza básicamente por diferentes rasgos negativos de la carne, que conllevan a la muerte, mientras que el reino de Dios se caracteriza por el Espíritu y lo que es positivo, que conllevan a la vida.

En 1 Juan 2:15, el apóstol Juan nos advierte que no amemos al mundo ni las cosas del mundo, y más adelante continúa explicando, en el versículo siguiente, qué es lo que significa, porque todo lo que está en el mundo se caracteriza por “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”. Por otra parte, el reino de Dios es “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Ro. 14:17).

En Romanos 8 y en su epístola a los gálatas Pablo tiene mucho que decir sobre este asunto de la carne y del Espíritu. Él abunda en el tema de andar conforme a la carne en contraposición a andar conforme al Espíritu, sobre sembrar para la carne y segar muerte o, por el contrario, sembrar para el Espíritu y segar vida.

Es importante que aprendamos a negar la carne y andar por el Espíritu para que la vida de Dios pueda morar abundantemente en nosotros.

Puede que algunos cristianos tengan esta noción: los no creyentes, al estar fuera del reino de Dios, no experimentan a Dios obrando en sus vidas. Están completamente preocupados con las cosas del mundo, y sus vidas se caracterizan plenamente por los rasgos negativos del mundo.

Tal noción es errónea. Las Escrituras enseñan claramente que Dios está obrando en este mundo caído, por cuanto ama y cuida a la gente de este mundo. El Señor Jesús nos enseña en Mateo 5:45 que Dios “hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”. El apóstol Pablo nos dice en Hechos 14: 17 que Dios “no se dejó a Sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones”.

Además de proveer para la gente del mundo, Dios está obrando de gracia y soberanamente en el mundo caído para impedir la total y libre expresión de la maldad y la carnalidad. Aunque vemos en este mundo muchos actos de crueldad y terribles obras de las tinieblas, la situación habría sido mucho peor si la mano de Dios hubiera dejado de frenarlos. Satanás tendría entonces plena libertad para obrar en este mundo caído, y para alimentar la carne y explotar sus debilidades. Bajo su perversa y dominante influencia, los hombres caídos entonces se expresarían en maneras mucho más malvadas y pecaminosas que lo que jamás podríamos imaginar.

Aunque el maligno es el “príncipe de este mundo” y tiene mucho poder, Dios sigue siendo el soberano gobernador del universo. David declara: “Jehová estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos” (Sal. 103:19). Satanás no puede hacer todo lo que quiere; él puede operar sólo dentro de los límites determinados por Dios. Esta realidad se revela claramente en el libro de Job (1:12; 2:6).

Pero es aún más significativo que Dios procura obrar en el corazón de todos los hombres para atraerlos al reino de Dios. Juan 3:16 nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

El “mundo” en Juan 3:16 se refiere a las personas del mundo, a quienes Dios ama, y no tiene el mismo significado que “mundo” en Santiago 4:4 y 1 Juan 2:15-17.

Evidentemente Dios ama a las personas del mundo y ha demostrado Su gran amor al enviar al Señor Jesús al mundo para morir por los pecados de toda la humanidad, y abrir así el camino de la salvación para todos los que se arrepientan y crean en el evangelio.

Dios está procurando activamente promover valores positivos y atraer al hombre hacia Él y la verdad. El Señor Jesús declara que, por Su muerte en la cruz, atraería hacia Sí a todos los hombres.

Juan 12:32-33
32 Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.
33 Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.

Este aspecto de la verdad se ilustra en la vida de Cornelio antes de su conversión (Hechos 10). Los no creyentes que responden positivamente a la obra de Dios en sus corazones, avanzan hacia la verdad y se acercan a Dios y a Su reino, y puede que manifiesten en cierta medida en sus vidas la bondad y el amor.

Aunque el Espíritu Santo está obrando en el corazón de los no creyentes, ellos no se beneficiarán si no responden positivamente. En Hechos 7:51, Esteban dijo a los judíos: “¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros”. Este versículo demuestra que el Espíritu Santo obra en el corazón de los hombres, y que el hombre puede resistirse a la obra del Espíritu Santo en su corazón.

Hebreos 3:7-11 y 4:2 resaltan este punto. A los israelitas se les predicó las buenas nuevas. Sin embargo, los que endurecieron sus corazones no recibieron ayuda. No pudieron entrar en Su reposo debido a su respuesta negativa.

Así como las vidas de los no creyentes no se caracterizan del todo por los rasgos negativos del mundo, también es cierto que las de los creyentes no se caracterizan del todo por los valores del reino de Dios. Podemos ser atraídos fácilmente por el mundo, y nuestras vidas a menudo se contaminan por el sistema del mundo.

Si queremos identificarnos con el Señor y profundizar nuestra relación con Él, debemos aprender a enfocarnos en lo que Él se enfoca: en lo invisible, lo espiritual, las cosas eternas del reino de Dios y el desarrollo del hombre interior hacia la vida espiritual y el poder verdadero.

No debemos preocuparnos por lo que el mundo se preocupa: las cosas visibles, temporales, carnales y materialistas, tales como las riquezas terrenales, el éxito, el poder, el estatus, la apariencia y los logros externos.

Debemos deshacernos de los rasgos negativos característicos del mundo y procurar fomentar y manifestar cualidades espirituales y morales características del reino de Dios:

  • mansedumbre y bondad, en lugar de un espíritu autocomplaciente y agresivo
  • amor, generosidad, un espíritu que da y se preocupa genuinamente por los demás, en lugar del egocentrismo, la avaricia, la codicia y el acto de tomar lo que deseamos sin considerar a los demás
  • un espíritu de humildad y sinceridad sin ningún vestigio de orgullo ni hipocresía
  • dependencia constante de Dios, exaltación de Dios en todas las cosas y todas las situaciones sin ningún sentido de confianza en el yo ni deseo alguno de exaltarnos o proyectarnos a nosotros mismos.

Debemos responder más profundamente a Dios para poder experimentar mejor el significado de estar en Su reino. Más allá de nuestro reconocimiento mental, debemos poner con decisión nuestro corazón en el reino eterno de Dios. Tomemos la decisión de desarrollar lo que es verdaderamente importante para que, como dice Pablo, Dios sea exaltado ya sea en nuestra vida o en nuestra muerte. Preocupémonos por el reino de Dios, por las cosas del Espíritu que conllevan a la vida.

Notas:
1. Las Escrituras sí indican que el Señor Jesucristo regresará a esta tierra en gloria y que reinará en ella durante el Milenio. Esto constituiría otra dimensión del cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento en cuanto al Rey mesiánico.

2. El hecho de cómo Satanás tentó a Eva y lo relacionado con esto se aborda en detalle en los mensajes 2TS01-15 registrados en el sitio web www.godandtruth.com.

3. El asunto del orgullo se aborda en dos mensajes (2TS05-06) registrados en el sitio web.

4. El asunto apariencia versus realidad ha sido abordado en detalle en muchos mensajes de la serie Appearance and Reality [apariencia y realidad], y pueden ser consultados en el sitio web.

  1. ¿Por qué es importante entender el reino de Dios y el mundo caído?
  2. ¿Qué tipo de rey es el Señor Jesús?
  3. ¿Cuáles son las principales diferencias en énfasis entre el mundo caído y el reino de Dios?
  4. Comparta lo que usted entiende de las características contrastantes del mundo caído y del reino de Dios.
  5. ¿Está obrando Dios en este mundo y en el corazón de los incrédulos? Comparta lo que piensa.
  6. Reflexione sobre cómo el entender los temas tratados en este mensaje pueden ayudarle a identificarse con el Señor y a profundizar su relación con Él.


Copyright
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Scripture Quotations
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